Amajac vs Justicia
por Ana Claudia Molinari
No es una guerra de estatuas. No se trata de un conflicto entre mujeres que deja en medio al pobre gobierno, como nos quiere hacer creer la máquina de la manipulación de masas. No es tan cierto, que dos grupos disputan un mismo espacio: la ex glorieta de Colón, sobre Paseo de la Reforma en la CDMX.
Unas, “las mujeres que luchan” han colocado en el pedestal descolonizado, una antimonumenta, la silueta llamada Justicia, que representa una mujer, en color morado, con el puño izquierdo en alto. Con este símbolo, las que luchan, emprenden su búsqueda, son un frente amplio de madres de víctimas de feminicidio y desaparición. Ocuparon este sitio desde septiembre de 2021, poco después de que fuera desmantelado el monumento a Cristóbal Colón, como protesta frente a la impunidad.
Las otras, aparecieron más recientemente, son, según la prensa, “liderezas indígenas”, muchas de ellas mazahuas, otomíes y triquis, a decir por sus vestidos, que “exigen” , sin más argumento que el identificarse como indígenas, la colocación de una escultura llamada Amajac, que representa una mujer gobernante del posclásico mesoamericano. Además de este grupo de mujeres indígenas, que incluso marcharon el 8M con esta demanda, se han pronunciando en los últimos días múltiples voces gubernamentales, institucionales, privadas y ciudadanas, por la pronta instalación de Amajac, en la glorieta que ahora ya se conoce como “la Glorieta de las Mujeres que Luchan”.
La disputa podría parecer intrascendente, si no fuera México un país que protagoniza una guerra que las élites han llamado, “contra el crimen organizado”. Inducida por Washington y los industriales de las armas, en connivencia con gobiernos mexicanos, desde 2006. Una guerra funcional a los poderosos de América del Norte, que está lejos de terminar. Por el contrario, aumenta en intensidad en los últimos meses.
En este país hemos superado las cien mil personas desaparecidas, todas ellas en las últimas décadas. Nuestra cifra de feminicidios es una de las más alta del mundo, con once mujeres privadas de la vida por día. Y casi 100 asesinados cada 24 horas. En México, al menos la tercera parte del ancho territorio, está bajo control de grupos criminales.
¿A quién obedecen los cárteles de la droga y por qué propician la muerte y el desplazamiento forzado de los pueblos, utilizando la violencia como método? En realidad, se trata de una guerra de despojo capitalista, de los territorios y recursos de los pueblos mexicanos, que genera, para sus fines, violencia ilegal y sicariato, paramilitarismo y militarismo, lo que ha llevado al desangramiento del país, con las armas vendidas y traficadas por Estados Unidos. ¡Un negocio redondo!
Y las madres que ocupan hoy la renombrada Glorieta, están con esta toma orgánica, apoyada desde abajo y para abajo; porque ninguna autoridad ha logrado procurarles respeto, mucho menos han encontrado una solución justa a su problemática. Ellas están intentando llamar nuestra atención como sociedad indiferente. Porque en México, la justicia es una mercancía para pudientes, frente al pacto de impunidad vigente. Y sus hijas han sido asesinadas y sus hijos desaparecidos. ¿Por qué?
La indignación organizada mantiene activas a las compañeras. Ellas son la voz del dolor y sin embargo su lucha es alegre porque ellas son hermosas, porque se acompañan, se amigan y crecen en conciencia. A la glorieta han llegado muchas otras mujeres y con ellas sus luchas, de todas las regiones del país violentado, madres, hijas de presos políticos, defensoras del agua y el territorio. La toma les ha permitido hermanar sus luchas, abrazar sus dolores y crecer su movimiento. Quizá por eso la imperiosa necesidad del gobierno de la ciudad de desplazarlas de la glorieta y colocar, en el lugar que ocupa Justicia, una réplica de Amajac, de 6 metros de altura, que además viene bendecida por la empresa turística.
Justicia interpela a los actuales gobernantes. Justicia es un reclamo digno que nos recuerda la brutalidad que vive México. Justicia es una vena abierta, un hoyo en el diafragma, el espejo del genocidio, que incomoda al poder que preferiría no ser cuestionado por sus omisiones y complicidades.
Amajac en cambio, es un símbolo de piedra, que remite al indio muerto, de glorioso pasado y estética figura. Amajac representa a una mujer ataviada con signos de estatus social, pero al cabo, es una mujer eterna y pétrea que no tiene emociones y nada demanda. Amajac es el mito perfecto, desde el descubrimiento del monolito en una excavación oficial, en enero de 2021, cuando arqueólogos encontraron a “la joven de Amajac”, que recibió su nombre por la población donde estaba enterrada, Hidalgo de Amajac, en la Huasteca veracruzana, hasta el hecho de que ya representa, de pronto y por decreto, a todas las mujeres de la nación, especialmente a las indígenas. Pero sobre todo, Amajac legitima a los gobernantes que la promueven, les confiere la prueba de que ellos son incluyentes, anti racistas, feministas, en favor de las mujeres y los indígenas. Aun así, Amajac está muda, solo da cuenta de un pasado prehispánico esplendoroso, cuando florecía en esta tierra la civilización y el arte.
Para el ahora, Amajac pretende adornar la vista y los bolsillos.
Mientras tanto, Justicia ensucia de sangre el recuerdo y el paisaje urbano. Justicia mira desde la obstinada memoria y se propone vivir.